CUANDO VOLABAS.
La imprevisible entrada en erupción del volcán Maipo, en la cordillera Andina, provoca el aterrizaje de emergencia del vuelo 0307. El comandante, Carlos Zabala, decide hacerlo fuera de pista en una plantación al suroeste de Córdoba (Argentina), evitando, así , la ciudad y una catástrofe mayor. Él resulta ser el único herido de gravedad.
Durante su prolongada recuperación en el hospital, desfilarán por su habitación las personas más influyentes de su vida: familia, amigos, amores. Esas visitas le hacen revivir algunos de los episodios personales y profesionales más significativos.
Sin embargo, durante la investigación del accidente se cuestiona la actuación en base a su intrépida trayectoria como piloto.
CAPITULO VIII: ENTRE NÚMEROS Y PLUMAS
“[…] Fue en el hotel, ya en Tenerife, después de un buen rato debajo del agua caliente, cuando empezó a tomar una vaga consciencia de dónde se había metido. Las conclusiones sobre la imprevisible profesión llegarían con el tiempo; de momento su primer día le pareció un mal sueño, un mundillo de locos. Desconocía que, para algunas personas, volar puede ser adictivo y que ella ya estaba enganchada irremediablemente a ese tipo de vida. Y así, pensando en todo esto mientras se secaba sobre la cama, consiguió relajarse. Miraba a la vez el teléfono de su habitación individual como temiendo que sonase. Al final optó por descolgarlo […]”
CAPITULO XIII: SIBERIA
“[…] Estaban establecidos a nivel de crucero, a treinta y nueve mil pies. La temperatura del keroseno era demasiado baja, próxima al punto de congelación, lo que podía bloquear los filtros y parar los motores. Solicitaron al control un descenso, en busca de un nivel más cálido y conseguir aumentar la temperatura; al no obtener respuesta, pensaron en incrementar la velocidad para que el rozamiento aportara también unas décimas. El plan de vuelo estaba hecho siguiendo una ruta muy al norte, próxima al Polo; la temperatura en el exterior de menos setenta y cinco grados centígrados no facilitaba las cosas. Carlos confiaba en volver pronto a la normalidad, pero eso no ocurrió y los motores se colapsaron. La pérdida de potencia les llevó a la pérdida de sustentación viéndose, obligados a realizar un rápido descenso cruzando un nivel y otro sin que control advirtiera la situación […]”
CAPITULO III: CARRERA DE DESPEGUE
“[…] Empezamos a conversar de manera fluida. Su mirada y su tono de voz me calmaron un poco. Yo estaba histérico. Iba cargado con un petate que pesaba una barbaridad: un chubasquero, dos sudaderas, camisetas, muda limpia para varios días y tres pares de zapatillas de deporte distintas; tenía miedo de que me apretasen o de que no fueran las adecuadas para el terreno de las pruebas. Solo al rato de conversar con tu padre me quité el macuto del hombro y lo dejé reposar en el suelo. Poco a poco fueron llegando más aspirantes. Parecía que no íbamos a caber en la acera. Nadie se sentaba en el suelo. Lo recuerdo y nos veo ahí a todos rectísimos, recién afeitados algunos, oliendo a hombre para intentar parecerlo […]”